El pasado viernes hicieron 24 años de un momento que cambió mi vida.
Un antes y un después.
Una fecha que llevo grabada a fuego:
el día que inauguramos la Fundación Osasuna.
Y digo «inauguramos», pero en realidad me tocó crearla desde cero.
Con un equipo, sí. Rojillo 100%.
La Junta Directiva de aquel momento me lo encargó, y lo asumí como lo que era:
un reto mayúsculo, de los que no se olvidan.
Llevaba toda la vida vinculado al Club.
Desde jugar en las categorías inferiores, trabajar de portero en verano en las piscinas, speaker en El Sadar, administrativo en las oficinas de la Plaza del Castillo…
hasta que una Junta me nombró Jefe de Administración.
Pero esto… esto era diferente.
Aquello eran palabras mayores.
Fue en febrero de 2001.
En pleno revuelo por si despedían a Lotina, justo antes de un partido en Oviedo.
El Presidente de entonces, Javier Miranda, con la confianza que siempre le agradeceré, aprobó el proyecto.
Tenía escasos tres meses para presentarlo en sociedad.
Tres meses para montar una Fundación que fuera algo más que un nombre bonito.
Y allá que fui.
A recorrer clubes para ver cómo lo hacían.
Recibí ayuda de muchos, pero fue el Celta de Vigo el que me abrió las puertas de par en par.
Tomé nota. Absorbí. Aprendí.
De vuelta a casa, con nuestra propia identidad navarra en mente, me tocó sentarme con el Presidente del Gobierno de Navarra, la Alcaldesa de Pamplona, Rectores de Universidades, la Cámara de Comercio, otras instituciones…
Y presentarles el proyecto.
Joder, casi sin bigote.
Lo hice con toda la pasión del mundo, y aceptaron. Todos. Sin peros.
Todos rojillos. Con dos narices.
Yo, con apenas veintitantos años, sintiéndome juvenil y con unas ganas enormes de hacer algo que perdurara.
Desde entonces, pasaron mil cosas.
Proyectos, anécdotas, viajes, iniciativas…
Sobre todo mil iniciativas.
Tantas que dan para un libro que tengo pendiente escribir.
Recorrí Navarra entera, como las vacas de Macua.
Viví desplazamientos por toda España con el equipo, directivos, jugadores, patrocinadores…historias que aún hoy me emocionan.
Y que quedan para mí.
Con diferentes presidentes,
pero siempre con los mismos colores en el corazón.
Fundamos, con un gran equipo, algo que iba mucho más allá del fútbol.
Algo social, educativo, solidario y sentimental.
Una forma de entender el deporte y la vida.
Al tiempo, también me tocó ayudar, como lo hicieron con nosotros.
Me tocó echar una mano en la creación de la Fundación de la Real Sociedad, entre otros equipos.
Y aunque muchas cosas se hayan olvidado, otras muchas —curiosamente— siguen vivas.
Siguen repitiéndose.
Porque cuando algo se hace con alma, perdura.
El jueves pasado volví a El Sadar.
La que fue gran parte de mi vida.
Donde hice de todo. Absolutamente de todo.
Hasta romper bancos de la grada un 15 de julio, cuando tenía 17 años.
Tocaba reformarla, y el conserje, Javier Primo, ese mismo día a media mañana nos llamó la atención.
(«El que es de A, es de A»)
Allí canté tantos goles.
Aquel especial de Miroslav Trzeciak,
cuando se cayó la megafonía en ese viejo estadio donde aprendí lo que no enseñan los libros.
Ese jueves, mientras miraba el césped con Andoni y Maialen, pensaba en todo lo vivido.
En lo bonito.
Y en cuánto me alegro —y mucho— de que todo vaya bien.
Porque de eso se trata.
No de quedarnos en lo malo.
La vida ya es bastante dura como para no aferrarnos a lo que nos da alegría.
Cada uno tenemos nuestras fechas.
Las que nos marcan.
Esta es una de las mías.
Porque lo di todo. Absolutamente todo.
Porque nunca se trató de méritos, sino de sentimiento.
Porque como dije cuando me dejaron la última palabra:
mi sangre no es roja. Es rojilla.
Y eso, amigos…
eso no se olvida jamás.
Pasarán los años.
Cambiarán los nombres, las personas, las caras…
Pero en cada acción, en cada recuerdo,
en cada rincón de la Fundación,
quedará siempre un pedazo de aquel primer día.
Y de este corazón rojillo…
que sigue latiendo igual.