Hoy es 5 de julio.
Y aunque parezca un día más en el calendario, los que lo vivimos desde dentro sabemos que no lo es.
Hoy se abre la maleta de cada año, esa que duerme 355 días en el altillo y que, al abrirla, desata recuerdos: pañuelos, fajas, camisetas, gorros, pulseras, periódicos, entradas arrugadas…
Todo en ella huele a emoción.
Todo en ella late a San Fermín.
Hoy es el día de la emoción previa.
La que hace que se te encoja el estómago porque sabes lo que viene.
Porque sabes que durante nueve días Pamplona se transforma.
Y como ya es tradición, este 5 de julio hemos vuelto a ir a ver los toros de los Corralillos del Gas.
Ahí están ellos, imponentes, preparados para lo que viene.
Astifinos, bragados, meanos y cagados.
Andoni y Maialen con los ojos como platos, entendiendo que esta tradición también será suya.
Mañana, 6 de julio, será un día especial.
A las 12 en punto estallará el cohete.
Y con él, estallarán también los abrazos, los reencuentros, los gritos, las lágrimas, las promesas.
Te saluda quien no te saluda nunca.
Te abraza hasta una farola.
Acabarás con el que estudiaste hace treinta años y al que no veías desde entonces. Si hace falta, hasta con Hemingway, o su primo.
Comidas, cenas, almuerzos, tardeos, andadas, vermús, fuegos, encierros, toros, bailes, desayunos, alpargatas, quedadas y alguna llegada a menos cuarto…
Y entonces llegan los recuerdos.
De aquellos años en que nuestra cuadrilla cenaba cada día en una casa diferente.
De aquella última cena que preparó mi madre con tanto mimo… hace ya más de treinta años, justo en 1993.
De cómo nuestros padres, los mayores, nos enseñaron a vivir San Fermín con respeto, con cariño, con alegría.
Este año, como siempre, estaremos junto al abuelo. La salud no acompaña, pero su presencia lo llena todo.
Y compartiremos con él una comida, un vermú, un recuerdo.
Porque fue él quien nos enseñó qué significa de verdad esta fiesta.
Y ahora somos nosotros los que llevamos a nuestros hijos a ver los toros, a los encierros, a compartir almuerzos y emociones.
Ellos también tienen ese nudo en el estómago.
También lo sienten.
Porque San Fermín se transmite.
Porque esto no se explica, se vive.
Y así, cada año, volvemos a empezar.
Nos vestimos con la misma ropa —que sigue quedando igual, por cierto, buena señal—.
Y salimos a la calle sabiendo que algo único está por suceder.
San Fermín no sólo es fiesta.
Es un latido que se hereda, se contagia… y nunca se olvida.
¡Viva y Gora San Fermin! ¡Ya falta menos!.