Hoy es domingo 27 de julio.
Día de reencuentro familiar, de los que te invitan a parar y mirar atrás.
Y al mirar, sigo viendo con nitidez lo que pasó el viernes 25, día de Santiago.
Festivo. No muy caluroso. De esos días en los que parece que no va a pasar nada… y pasa todo.
Estaba solo en casa, semana intensa con muchas novedades. La familia regresaba. Sin grandes planes. Tranquilo.
Hasta que suena el teléfono.
Patri, 13:35:
—¿Vienes a comer?
El abuelo se anima. Es único, no está al cien por cien, decide venir.
Dice:
—Vamos al Tremendo.
Y allá vamos.
Lo que ocurrió allí fue uno de esos momentos que no se olvidan.
Nada más entrar, saludo a Manolo, concejal de Arguedas con el que coincidí en un evento de Pickleball.
Y de pronto, lo veo.
En la mesa de al lado: Ángel.
No me lo imaginaba.
Me acerco, les suelto una frase casi automática:
—¿Pero no os habíais visto?
El abuelo se levanta.
Se abrazan.
Y rompen a llorar.
Ese gesto, ese abrazo… decía mucho más de lo que cualquier palabra puede expresar.
Ángel ha formado parte de nuestras vidas desde hace más de 30 años.
Fue gerente del Club, directivo, delegado… y mucho más.
Un hombre de empresa y de familia. De los de antes.
De los que hacen cosas, sintiéndolo como nunca y siempre.
Trabajé con él durante más de 20 años.
Compartí viajes, contratos, situaciones complicadas y momentos inolvidables.
Y nunca, en todo ese tiempo, vi un mal gesto, una mala palabra, una actitud reprochable.
Siempre ayudando. Siempre sumando.
Incluso en silencio, como cuando puso dinero de su bolsillo para pagar a los porteros del viejo estadio, porque si no, no se jugaba.
Y no lo supo nadie. Solo los que estuvimos ahí.
Hace poco me llamó, preocupado por el abuelo.
Y de repente, se encuentran así.
Sin plan. Sin aviso. Sin artificio.
Solo verdad.
Sé que este nombre levanta opiniones.
Este blog no va de convencer a nadie.
Va de contar lo que vivo. Lo que me toca. Lo que me conmueve.
Y negar lo que viví con él sería ir contra mí mismo.
Los que me conocen saben que no escribo por quedar bien.
Ni por hacer ruido.
Escribo porque me gusta hacerlo, porque me gusta ayudar.
Porque lo que no se cuenta, a veces, se pierde.
Ángel es parte de nuestra historia.
Y también lo es su familia: Margari, Luis, Javier, Carlos.
Todos han estado. Todos han sostenido.
Y yo eso, lo valoro.
La escena del viernes no fue un acto heroico ni un homenaje.
Fue vida.
Cruda, sencilla, intensa.
De esas que se te clavan para siempre.
Y mientras los veía emocionarse, pensé que a veces la vida no necesita permiso para regalarte una escena que lo cambia todo.
Y eso fue.
Una escena.
Un reencuentro.
Una verdad que no se borra.