No pensaba escribir hoy.
El día ha sido largo. Intenso. Bonito, sí, pero también de los que dejan poso.
Comenzó con la comunión de Amaia, siguió con un rato tranquilo con el abuelo… y al volver, caminando sin prisa, me tocaba coger la villavesa. Iba a gusto, con la mochila del día a cuestas y la cabeza ya en casa.
Y entonces, en la parada, pasó algo.
Una mujer hablaba sola, o casi. Hablaba con angustia. Con ese tono entre la rabia y la pena. Contaba que mañana tenía que cuidar a alguien. Se le notaba el nudo. El miedo. La urgencia.
Lo que decía sin decirlo era claro:
“Le queda poco.”
Una enfermedad grave. De esas que se instalan y lo invaden todo.
Me quedé quieto.
Escuchando sin querer, sintiendo sin saber por qué.
Porque lo he vivido. Porque hay personas que también han sido “ese mañana” en mi vida.
Y porque cuando uno está bien, a veces no lo valora.
Y eso… no vuelve.
No somos del todo conscientes. Vamos con el piloto automático.
Y de pronto, una conversación que no era mía me recordó lo esencial:
👉 Que la vida vale mucho.
👉 Y que los momentos buenos… valen más.
Hoy no hubo Boscos. No hubo fútbol.
Pero hubo mensaje. De esos que te llegan sin avisar.
Y que, sin hacer ruido, te dicen por dentro:
Sigue.
Disfruta.
Y valora.