El Palacio de Mendillorri: Donde empezó todo
Nuestros padres nacieron en un lugar que parece sacado de un cuento: el Palacio de Mendillorri.
Más que un edificio, este palacio renacentista, construido en el siglo XVI, fue el hogar de nuestra familia. Ubicado en un entorno natural privilegiado, junto a un lago y jardines, el palacio sigue siendo un símbolo de nuestra historia, aunque hoy se encuentre abandonado y rodeado por un barrio moderno que lleva su nombre, nuestros abuelos, Javier y Benita, vivieron allí, rodeados de ganado y tierras que trabajaban con esfuerzo. Unos auténticos gigantes de su época, cuya huella permanece en nosotros.
Para los primos —Virginia, Francis, Diego, Nuria, Richard, Alberto y Patricia (Bussky)— aquel palacio fue mucho más que un lugar. Era una aventura, un símbolo de nuestra infancia, un recuerdo imborrable de lo que significa tener raíces profundas.
Un legado que perdura
Con el tiempo, Mendillorri cambió. Pasó de ser un rincón rural a convertirse en un barrio moderno de Pamplona . Pero siempre recordaremos el palacio como lo que fue: el corazón de nuestra familia.
Nuestros abuelos supieron adaptarse, como siempre hicieron. Dejaron el campo y se trasladaron a Pamplona para vivir sus últimos años. El abuelo, con esa capacidad innata para integrarse, pronto convirtió las partidas en el Club en su nueva rutina, como si siempre hubiera estado allí.
Pero jamás perdieron sus valores ni olvidaron sus raíces. Vivieron largos años, recordándonos cada día, con su ejemplo, lo que significan el esfuerzo, la humildad y la capacidad de seguir adelante sin perder la esencia.
Recuerdos y ausencias
No todo ha sido fácil. La pérdida de Félix, mi tío y el hermano menor, dejó una herida profunda. Su recuerdo estuvo ayer en cada brindis, en cada villancico, en cada abrazo. Lo que hubiera disfrutado el Bussky mayor…
También recordamos a Gloria, mi tía, y a Mely, mi querida madre, que fueron el alma de esta familia y a quienes echamos de menos cada día. Pero lo bonito es que, aunque nos falten, siguen con nosotros en cada reunión, en cada historia contada una y otra vez.
Risas, canciones y villancicos
La comida de ayer fue una celebración. De la vida, de la familia, de las raíces.
Hubo risas, anécdotas y hasta villancicos personalizados, esos que escribí con cariño para mantener vivas las historias que nos unen. Porque, al final, somos eso: recuerdos, canciones, nombres que siempre estarán presentes.
Cantamos, reímos y también nos emocionamos. Y así debe ser. Porque recordar es también agradecer.
Una familia que sigue adelante
Ver a mis tíos Patxi y Mari Carmen y a mi padre Antonio, disfrutar como chavales nos dio a todos un motivo para sonreír.
Son el reflejo de lo que somos: una familia que sigue adelante, adaptándose a los tiempos, pero sin olvidar nunca de dónde venimos.
La comida fue más que una reunión. Fue un homenaje a quienes estuvieron antes que nosotros y un compromiso para seguir manteniendo viva esta tradición.
Conclusión: Lo que nos une
En los Maquirriain hay algo que no cambia: el orgullo de pertenecer a esta familia.
Nuestros padres nacieron en un palacio y crecimos rodeados de historias que parecen sacadas de un libro. Pero lo que realmente nos define no es el lugar, sino los lazos que nos unen.
Seguiremos reuniéndonos, recordando a los que faltan y celebrando la vida como ellos nos enseñaron.
Brindemos por lo que somos y lo que seremos
Brindemos por lo vivido.
Brindemos por lo que está por venir.
Porque ser un «Maki» es mucho más que un apellido. Es una forma de vivir, de reír, de compartir y de seguir adelante, siempre juntos.
¡Por muchos años más de villancicos, brindis y reuniones inolvidables!