Cada día encuentro más inspiración para escribir y reflexionar sobre las personas que me acompañan en la vida. Hablar de ellas, reconocer su valor, me motiva profundamente, porque son esas historias, esos momentos y esas personas las que realmente merecen la pena. Y hoy, después de lo vivido esta mañana, no podía dejar pasar la oportunidad de dedicar estas palabras a alguien que representa todo eso y más: Iñigo.
Hoy tenía en mente contar otra historia, algo que había planeado, pero la vida tiene esa habilidad de sorprenderte y cambiarlo todo. Durante el almuerzo, entre risas y bromas, Iñigo nos dejó a todos sin palabras. Sacó fotos, recuerdos de toda una vida que ni siquiera Alkate, con su inagotable archivo, había conseguido recopilar. Cada imagen era una puerta abierta a momentos que habíamos compartido y que, de alguna manera, habíamos olvidado en los cajones del tiempo. A Iñaki y a mi, nos dejó «tocados», profundamente emocionados. Nos recordó la importancia de atesorar los instantes que nos unen y de reconocer el valor de las personas que hacen esos momentos posibles.
Por eso, este artículo no podía ser para nadie más que para él. Porque hay quienes merecen que se les reconozca en vida, y Iñigo es, sin lugar a dudas, uno de ellos.
Un camino marcado por la fortaleza
Iñigo no tuvo una infancia sencilla. Perder a su padre siendo niño dejó una huella profunda, pero también despertó en él una fuerza interior admirable. Con el apoyo de su madre Asun, siempre llena de ternura y empuje, Iñigo creció aprendiendo a enfrentar la vida con valentía. Y desde que lo conocí siendo jóvenes, esa fortaleza siempre estuvo ahí. Porque Iñigo no es solo un amigo. Es de esas personas que se convierten en familia, que están contigo en lo bueno y, sobre todo, en lo malo.
Del Boscos a la cuadrilla, y siempre “de andar”
La amistad con Iñigo creció rápido. Cuando le propuse unirse al Boscos, no lo dudó ni un segundo. Era de los que llegaban “a menos cuarto” por su espíritu andarín, pero en el campo no faltaba nunca. Jugaba con entrega, siempre dispuesto a darlo todo, no solo por el balón, sino por sus compañeros.
Pero el tiempo pasa, y con él, llegan las lesiones, las pausas obligadas. Una lesión provocada por el desgaste de su antiguo trabajo lo obligó a retirarse. Sin embargo, no dejó de estar presente. Aunque ya no jugara, seguía al pie del cañón, como lo está hoy, en cada almuerzo, en cada sobremesa, haciendo piña, como siempre pide el míster Josemari.
Un fin de semana que solo Iñigo puede cumplir
Si algo demuestra quién es Iñigo, es este mismo fin de semana. Ayer, cena de cuadrilla, acompañado de Marisa, disfrutando de esas risas y momentos que tanto valoramos. Y hoy, sin importar la pereza o el cansancio, ahí estaba de nuevo. Primero, en el partido del Boscos, como siempre apoyando a su equipo, incluso desde fuera del campo. Luego, en el almuerzo, haciendo lo que mejor sabe: sorprendernos con su buen humor y su capacidad para unirnos a todos. Porque eso, realmente, no lo hace más que Iñigo.
Una decisión valiente, una nueva oportunidad
Hace poco, Iñigo tomó una decisión que no es fácil para nadie: dejó su trabajo. Estaba agotado, tanto física como emocionalmente, y dijo basta. Dio un portazo a una etapa que lo estaba consumiendo, y aunque enfrentarse al paro siempre es complicado, lo hizo con la misma valentía que lo caracteriza.
Y como ocurre con quienes lo merecen, la vida le recompensó. Ahora tiene un nuevo trabajo donde lo respetan, con fines de semana libres y tardes para pasear con Marisa, su compañera de vida. Porque, como él bien sabe, la vida siempre da segundas oportunidades para quienes están dispuestos a buscarlas y a abrazarlas con fuerza.
De andar y de transformar momentos
Iñigo es un andarín de corazón. Su espíritu inquieto lo lleva de un lado a otro, disfrutando de cada paso, de cada momento. Ahora, los martes anda con la cuadrilla, en un grupo que hemos bautizado como “El que es de andar, es de andar”. ¿Por qué ese nombre? Eso solo lo sabe quien anda con él. Y aunque los martes sean para caminar, los fines de semana son para estar con los suyos: la cuadrilla, el Boscos, los almuerzos, las risas. Siempre haciendo piña, siempre sonriendo. Porque esa es su esencia, y eso es lo que necesitamos todos: alguien que, con una simple sonrisa, haga que todo sea más llevadero.
San Fermín, el gran transformador
Y si hay algo que define a Iñigo es cómo se transforma en San Fermín. Ahí sí que es de andar. No hay día que no se multiplique entre el Boscos, la cuadrilla, la peña San Fermin, sus primos… Esos días son una maratón de abrazos, risas y momentos inolvidables. ¿Tendrá una cláusula en su nuevo contrato para los Sanfermines? Esperemos que sí, porque esos días no son lo mismo sin él.
Un homenaje a la amistad
Fuengirola es una de esas anécdotas que quedan grabadas en la memoria colectiva. En una de sus caminatas, Iñigo se topó con una farola. Desde entonces, esa imagen nos acompaña, no solo como un recuerdo divertido, sino como un símbolo de su manera de ser: siempre en movimiento, siempre avanzando, siempre buscando el siguiente momento para compartir.
Iñigo no es solo un amigo. Es de esos que quieres tener siempre cerca. De los que hacen que la vida sea mejor, más luminosa, más llevadera. Es de los que están cuando hace falta, con su sonrisa eterna, con su humor que nunca falla. Por eso, este artículo es para él.
«Yo para ser feliz quiero un camión… y amigos como Iñigo»
Hoy, pensando en Iñigo, no puedo evitar que me venga a la mente la canción de Loquillo. No, Iñigo no es camionero, aunque su espíritu de andarín bien podría llevarle por carreteras infinitas. Pero lo que verdaderamente lo hace único es su capacidad para ser feliz con lo esencial: su cuadrilla, su familia, el Boscos, y esos pequeños momentos que convierten la vida en algo grande.
Así que, para acabar este homenaje, tomemos una frase prestada de Loquillo y hagámosla nuestra: «Yo, para ser feliz, quiero un camión… y amigos como Iñigo». Porque es él quien, con su sonrisa inagotable y su corazón siempre dispuesto, hace que todos esos caminos valgan la pena.